jueves, 6 de septiembre de 2012

La historia, parte III: Princesa

-->-¡Princesa! ¡Princesa!
Se despertó enredada en las sabanas empapadas de sudor. Oía a su padre que la llamaba de lejos en sueños con el dulce tono que siempre le había escuchado. Siempre la llamaba princesa aun cuando daba muestras extremas de su naturaleza inquietamente traviesa.
Sin duda lo extrañaba, lo había hecho por muchos años. El tiempo había pasado tan impaciente y asesino que ya no recordaba sus facciones. No le quedaba una sola foto, su madre se había encargado de arrebatárselas todas. Trató de arrebatarle los recuerdos y borrarlo de su memoria -el tiempo naturalmente se encargaría de eso después- pero no le pudo quitar los sueños.
Muchas noches de su adolescencia se encontraba imaginando que jugaban a las escondidas en el patio trasero de la casa, entre los arboles frutales, descalzos sobre el lodo. Pura felicidad, pura ingenuidad. Luego la mente la transportaba a la noche en que los gritos la despertaron en medio de la noche, el viento aullando que nunca lo volvería a ver.
Esos sueños recurrentes venían cuando se sentía ansiosa. Soñó con él el día que terminó el colegio, cuando se marchó de casa, cuando besó por primera vez a una mujer. Y no era que lo necesitara. Había tenido una juventud intranquila pero normal. Nunca requirió de los cuidados de un padre amoroso; Su ausencia nada tenía que ver con sus elecciones masculinas, sus gustos musicales o su look de lesbiana reprimida. Todo esa verborrea de que sus problemas con los hombres se debían a eso le parecían pura basura psicoanalítica. Esos problemas con los hombres podían o no existir mas consideraba que sus problemas con las mujeres eran más precisos y más reales.
Esa mañana después de haberlo escuchado quiso seguir durmiendo, quería solo verlo una vez más, por lo menos en silueta. Quería oler el perfume que ya no recordaba, pasarle las manos por el cabello, escuchar sus malos chistes, reír de ellos. Quería ser una princesa otra vez.
Por primera vez en muchos años quiso hablar con él, pero no de flores y juguetes. Quiso hablarle del amor, del trabajo, del sudor, de la vida. Quiso escuchar sus consejos, por malos y anticuados que fueran, quiso una relación.
Se preguntó dónde podría estar, si estaría muerto, si estaría vivo, si estaría ahora sosteniendo a otra niña en los brazos y llamándola princesa. Se preguntó qué habría sido de su destino, si había sido buen hombre después de todo, si había prosperado, si tenía a quien besar en las noches, si había sido feliz.
Se levantó con pesadez en el corazón, la pesadez propia de las niñas preocupadas, todo lo que ella no era. Hizo su café habitual y fumó su habitual cigarrillo. Se preparó y salió como todos los días preguntándose si entre tanta gente que veía a diario se encontraría con él. Ya no recordaba como era, de seguro los años lo había hecho más irreconocible aun, pero albergó la esperanza de que él la recordara y si la veía algún día -si estaba vivo-, la abrazaría, pasaría sus dedos por su cabellera enmarañada y le aseguraría que ya no tenía nada que temer.

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