miércoles, 26 de septiembre de 2012

Atardecer de otoño

No había actividad más deliciosa que observarla fumarse un cigarro y tener un orgasmo. En esos momentos su mente flotaba por sobre toda la faz de la tierra como si fuera una bailarina que en su largo y delicado vestuario se pasea sobre las cabezas de sus compañeros. Esas palpitaciones que duraban minutos eternos no tenían comparación. Había llegado a disfrutar del sexo maravillosamente, se consideraba experta en su cuerpo. Lo manejaba y lo trataba a su antojo, como una verdadera profesional; Y con esas manos sabía fabricar y disfrutar de los mejores placeres carnales.
Una mujer no debería olvidar un orgasmo -decía-. Una mujer debería vivir para eso.
Aprendí todo lo que sé de ella. Esa mujer sabía exactamente lo que quería y no dudaba en arrebatarlo de las manos de quien fuera. Su seguridad y su experiencia la hacían irresistible. Su piel añeja y las canas que se asomaban en su negra y lustrosa cabellera no la desmeritaban en lo absoluto. Su belleza ceniza era impresionante. Sus carnes aún fuertes y su amplio trasero llamaban la atención de cualquiera. Esa mujer era fiera, era candela.
No estaba versada en las grandes filosofías pero todo lo que sabía lo había vivido en carne propia. Fue con la alta estirpe que forjó sus encantos; Sin embargo, prefirió llevar una vida tranquila, disfrutando el magnifico calor de uno que otro amante imberbe y hercúleo.
Nunca disfrutó del alcohol, el cigarrillo era el único vicio que le amargaba los labios y le alegraba la existencia. Claro, eso y hacer el amor.
Atardecer de otoño, rojo, púrpura y aterciopelado, le decía yo mientras sujetaba sus caderas acercándola hacia mi cuerpo. Sus maneras me enloquecían, me maravillaban.
Mi joven mente no terminaba de hacerse a la idea de que semejante diosa se enredara entre mis sábanas.
El más simple roce de su piel era exquisito.
El calor del verano y el café recién colado me recordarán por siempre las vacaciones que vine del campo directo hacia su casa cerca del Malecón. Esos meses en su cama fueron los más felices de mi vida.
No fue de entre las piernas de mi madre que mis pequeños ojos vieron la luz por primera vez. Fue en esas piernas donde me vi nacer realmente; me hice persona.
Sus piernas contaban historias fantásticas. Viajes en grandes navíos malhechores, travesías al fondo de la tierra. Historias que nadie sabe contar y nadie jamás sabrá.
Ella es hechicera, ella es gitana, musa de mis coplas, asesina, pecadora. Sus labios siempre cargaban el fuerte sabor de las aceitunas, el cual combinaba a la perfección con su atrevido carácter. Había algo de española en su ser y algo de princesa africana también. El ritmo nacía en sus caderas, no había duda.
Besenme tus labios por siempre, mi reina. Dame esos dulces suspiros eróticos. Mátame con tu ricura, negra. Hazme de ti. Esa era mi única petición. Ella me mortificaba y se guardaba los besos lo más que podía. Me llevaba al borde de la locura solo para regodearse en mi desesperación.
Si la vida fuera tan fabulosa como en los cuentos la pintan, sus muslos estuvieran todavía enredados en los míos. Pero la vida es amarga y embustera.
Muchas veces se equivocó en amantes. Muchos la arrebataron y le hicieron daño. Tiempo turbulentos esos que sólo sirvieron para apartarla de mí. Años viví vagando, ahogándome en la decepción de su partida. No dormí como antes, no comí como antes, no amé como antes. Me soñaba entre sus brazos y en sus dulces caderas de canela. Pero el tiempo fue borrando los detalles hasta que su sonrisa fue lo único que se mantuvo claro.
Luego Me olvidé, ella me olvidó también. Y todo quedó inconcluso durante muchos abriles.
Hace poco la encontré, tan bella como siempre. Ahora vive en una pequeña casa en Juan Dolio con un joven haitiano con espalda de campeón y labios de fuego. Disfrutarán mucho del sexo, me imagino. Ella será tan fiera como antes, de seguro.
A mi me queda contar la vida, pero sólo con muy pocos detalles. Quiero que este escrito de alguna forma llegue a sus manos y que sea tan sutil e inverosímil que solo ella lo entienda, que solo ella sepa que esta es su historia.

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