domingo, 12 de agosto de 2012

Como de una selva

La descubrió y suavemente le beso el hombro desnudo, dejando atrás todo rastro de amargura.
Nadie dijo una palabra. 
Ella se volteó para ver su cara, la cual esbozaba la sonrisa más pura y tierna que había visto en la vida. Esa imagen fugaz fue el empuje que precisaba su corazón.
Le devolvió la sonrisa.
Se incorporó en la cama y con su delicada mano dirigió su cara a la suya para corresponder el beso. Solo se escuchaba el rumor casi enmudecido del abanico que a duras penas disipaba el sopor del calor veraniego propio de un país del tercer mundo.
De nuevo nadie dijo una palabra. 
Nadie se atrevió a romper el silencio, solo los ojos se hablaron. Hablaron el lenguaje secreto y universal del amor justamente como si no hubiera mañana. 
Las manos se tocaron, los muslos se unieron y debajo de las sábanas sucedió el delicioso retozo extenuante del que subía un vapor tropical como de una selva, tan rico como el sol temprano de un día de primavera, tan nuevo como un beso entre dos infantes, tan profundo como el enlace de dos viejos corazones. 
Se amaron de una forma tan vigorosa y precisa, tan fiera y animal como el fuego que ardía en sus pupilas, tan natural, tan prohibido, tan acertado, tan caluroso, tan húmedo... tan deseado.

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