Había tratado por todos los medios de
contactarlo. Su última conversación había desembocado en una acalorada
discusión que todavía le dejaba un amargo sabor en la boca. Su ansiedad
aumentaba con cada minuto que no obtenía respuesta. Por las noches
lamentaba haber sido tan necia, haber dicho aquellas cosas
imperdonables.
Otros la habían
abandonado por agravios menores, otros la habían desechado. Este era
diferente, eso quería creer. Estaba segura de que él la amaba, de que en
cualquier momento la llamaría justificando su larga ausencia.
El
sonido del timbre la sacó de su letargo y, con el corazón en la mano y
la esperanza reavivada, se precipitó a abrir la puerta.
Era su suegra.